La primera fusión de piedra y pintura.
Recorrer el palacio de Fontainebleau se había convertido, durante los siete años de mi residencia francesa, en el emblema arquitectónico de una Francia de Castillos imposibles y propiedades majestuosas. A tan solo unos minutos del estudio, los paseos por sus jardines y sus eternos bosques se repetían cada vez que la densidad de una ciudad como París pesaba en el aire y lo cotidiano.
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